Por: Jesus David Guerra
Tinieblas. Hace horas, desde el final de la tarde, que el
servicio eléctrico fue cortado súbitamente sin explicación alguna. En el pueblo
de La Gracia de Dios, con cuatro calles y una avenida, cualquier circunstancia
fuera de lo común, de lo habitual, resulta excepcional y para algunos
aventurados, excitante.
Con tantas horas de oscuridad la gente había decidido salir a las calles, no para averiguar la causa de la falla, sino para conversar, observar el tráfico de viejos carros de antiguas épocas doradas o simplemente contemplar el cielo empañado de estrellas.
Estaba acostado en la cama del cuarto de mi departamento, ubicado en el primer piso de un edificio cercano a la plaza central del pueblo desde el momento en el que se fue la luz, y ahí permanecí hasta bien entrada la noche, mirando hacia el techo, contemplando las aspas detenidas del ventilador. A mi lado estaba una vela que daba luz pero a su vez marcaba tonalidades siniestras de sombras danzantes sobre las paredes de la recamara. Tenía rato encendida y comenzaba a perder vida bajo la llama. La ventana de la recamara, que daba hacia el Este y hacia la única avenida grande del pueblo, siempre estaba abierta, pero esa noche no había brisa alguna que apagara el pedazo de cera que iluminaba mi habitación.
El susurro de la gente en la calle empezó a deslizarse por la ventana de la recamara como un suspiro largo y apacible, rítmico, musical. En mi cabeza había algo más que un ritmo suave y relajante desde hacia algunas horas. La coca tenía efectos más intensos y prolongados.
Dos rayas blancas de polvo quedaban en el cristal rajado que estaba puesto sobre la mesita de noche a mi derecha. Esa misma mesita que en los hoteles tiene pegada una lámpara con pantalla cónica y siempre tiene una Biblia con tapa negra flexible metida en la única gaveta que tiene.
Siempre me pregunte: ¿Quién carajo va a leerse una Biblia en un hotel?. Era algo cínico porque los hoteles, además de estar hechos para dormir una o dos noches, sirven para hacer las maldades mas bizarras que alguien se imagine. Puedes cogerte a tres putas en un hotel, pasarte tres rayas de coca y beberte media botella de ron en minutos y jamás se te pasará por la mente la Biblia en la gavetita de la mesita de noche. Pero si un juego de condones o una Penthouse nueva para animar la fiesta antes de que comience, eso si.
Pero mi mesita de noche no tenía la Penthouse ni la Biblia, mucho menos la lámpara de pantalla cónica pegada a la base para evitar que se la robaran. Hoy solo descansaban sobre ella la moribunda vela, una botella de vodka consumida a 3/4 de su contenido y el pedazo de cristal repleto de “sales aromáticas”.
Con tantas horas de oscuridad la gente había decidido salir a las calles, no para averiguar la causa de la falla, sino para conversar, observar el tráfico de viejos carros de antiguas épocas doradas o simplemente contemplar el cielo empañado de estrellas.
Estaba acostado en la cama del cuarto de mi departamento, ubicado en el primer piso de un edificio cercano a la plaza central del pueblo desde el momento en el que se fue la luz, y ahí permanecí hasta bien entrada la noche, mirando hacia el techo, contemplando las aspas detenidas del ventilador. A mi lado estaba una vela que daba luz pero a su vez marcaba tonalidades siniestras de sombras danzantes sobre las paredes de la recamara. Tenía rato encendida y comenzaba a perder vida bajo la llama. La ventana de la recamara, que daba hacia el Este y hacia la única avenida grande del pueblo, siempre estaba abierta, pero esa noche no había brisa alguna que apagara el pedazo de cera que iluminaba mi habitación.
El susurro de la gente en la calle empezó a deslizarse por la ventana de la recamara como un suspiro largo y apacible, rítmico, musical. En mi cabeza había algo más que un ritmo suave y relajante desde hacia algunas horas. La coca tenía efectos más intensos y prolongados.
Dos rayas blancas de polvo quedaban en el cristal rajado que estaba puesto sobre la mesita de noche a mi derecha. Esa misma mesita que en los hoteles tiene pegada una lámpara con pantalla cónica y siempre tiene una Biblia con tapa negra flexible metida en la única gaveta que tiene.
Siempre me pregunte: ¿Quién carajo va a leerse una Biblia en un hotel?. Era algo cínico porque los hoteles, además de estar hechos para dormir una o dos noches, sirven para hacer las maldades mas bizarras que alguien se imagine. Puedes cogerte a tres putas en un hotel, pasarte tres rayas de coca y beberte media botella de ron en minutos y jamás se te pasará por la mente la Biblia en la gavetita de la mesita de noche. Pero si un juego de condones o una Penthouse nueva para animar la fiesta antes de que comience, eso si.
Pero mi mesita de noche no tenía la Penthouse ni la Biblia, mucho menos la lámpara de pantalla cónica pegada a la base para evitar que se la robaran. Hoy solo descansaban sobre ella la moribunda vela, una botella de vodka consumida a 3/4 de su contenido y el pedazo de cristal repleto de “sales aromáticas”.
Mientras viajaba entre riscos montañosos como Superman, y contemplaba nubes de color rojizo en un atardecer acompañado con música de Enigma, los momentos de lucidez me volvían de súbito y me encontraba nuevamente mirando fantasmas de color naranja y negro en las paredes y las aspas del ventilador parado en el techo del cuarto. Luego, Superman con Enya entre las nubes otra vez.
En uno de esos momentos de vuelta a la realidad note que el
susurro de la gente en la calle había dejado de ser tal y se había convertido
en un bullicio desentonado, heterogéneo en sus tonos y timbres, marcado por
gritería de niños jugando, cuchicheo de viejas, y compases dispares de bocinas
de carros, todo inmiscuido en un zumbido perenne como de un panal de avispas
enorme, que se hacía cada vez más fuerte.
Un soplo fuerte de aire, como el estornudo de un enorme
toro, se metió por la ventana del cuarto, haciendo rebotar con estruendo las
puertas batientes de la misma contra la pared. El cristal de una de ellas se
reventó causando un escándalo de vidrios rotos brutal que me sacó del Everest
y depositó mi alma sobre aquel cuerpo que
estaba tirado boca arriba sobre la cama hedionda a orine de la misma noche.
Se apagó la vela y reinaron las tinieblas. El aire que había
entrado al cuarto tenía un olor a animal descomponiéndose, nauseabundo y todo
el apartamento se lleno de eso. No había luna en la noche y por la ventana solo
se reflejaba el fulgor de faros encendidos en la avenida. Y en el fondo el
bullicio del populacho. La gentuza de La Gracia de Dios no podía afrontar un
apagón nocturno con madurez dentro de sus casas sino que tenía que convertirlo
todo en una excusa para hacer jolgorios, parrilladas o tómbolas a la luz de las
velas.
Salí enfurecido hacia la ventana con los ánimos de nombrarles la madre en calidad de mujerzuela a cada uno de los habitantes del pueblo pero me estremecí al ver la cantidad de personas que se agolpaban en la única avenida del pueblo.
Salí enfurecido hacia la ventana con los ánimos de nombrarles la madre en calidad de mujerzuela a cada uno de los habitantes del pueblo pero me estremecí al ver la cantidad de personas que se agolpaban en la única avenida del pueblo.
La calle estaba repleta, llena de carros en cola tocando
corneta y de personas apretujadas que se dirigían a empujones, curiosas y
nerviosas, hacia una misma dirección. La plaza central.
Me aclaré la vista, me quite la cal de las narices y sacudí la cabeza para borrar de mi mente los compases que quedaban de “Sail away with de Orinoco Flow”. Algo serio estaba pasando hacia la plaza y desde la única ventana del apartamento no había vista posible hacia ese sitio. Tendría que bajar para saber.
Me giré hacia la cama, la habitación oscurecida y por unos segundos pensé en quedarme en ese sitio, indiferente a lo que estuviese pasando afuera. Quedaban rayas, licor y ganas, y no tenía más que perder luego de que esposa e hija se fuesen al carajo acusándome de drogadicto, alcohólico y hombre violento.
.
Me senté en la cama con el cuarto completamente a oscuras. Hurgue las tinieblas con las manos en busca del líquido pero ya no estaba sobre la mesita de noche. Molesto, tanteando aún más, pasé las manos rápido sobre el cristal de rayas y me hice un corte largo sobre la palma derecha, mientras que la izquierda se me llenó de una polvareda blanca que al sacudirla impregnó toda la habitación de hedor a coca.
Me levante con furia de la cama y lancé una patada medida hacia la mesita de noche, pero mi pie se topó primero con la botella de vodka que yacía en el piso luego del soplo de aire sucio que había entrado por la ventana minutos antes. El resultado fue un estallido de vidrios desde la pared de la cama que me cortó el rostro en dos lugares, haciéndome dos rayas largas de sangre: una sobre la ceja izquierda y otra en la mejilla derecha. Un fragmento de astilla de cristal se me clavó en el torso y el pico de la botella, que quedó intacto, se me incrustó en el muslo derecho. En añadido, dos dedos del pie derecho parecían estar fracturados.
Caí de cubito dorsal en la alfombra meada y grité por largos minutos. Era una alfombra que en principio era de color beige, con el paso de las noches tornó a mostaza, y hoy finalmente se tornaba de un rojizo negruzco. Tenía la cara sobre la tela de la alfombra y sentí algo de su calidez mientras, con la única mano sana, me sacaba el pedazo de cuello de botella del muslo.
Me aclaré la vista, me quite la cal de las narices y sacudí la cabeza para borrar de mi mente los compases que quedaban de “Sail away with de Orinoco Flow”. Algo serio estaba pasando hacia la plaza y desde la única ventana del apartamento no había vista posible hacia ese sitio. Tendría que bajar para saber.
Me giré hacia la cama, la habitación oscurecida y por unos segundos pensé en quedarme en ese sitio, indiferente a lo que estuviese pasando afuera. Quedaban rayas, licor y ganas, y no tenía más que perder luego de que esposa e hija se fuesen al carajo acusándome de drogadicto, alcohólico y hombre violento.
<<Violento yo?, no me jodan ellas. ¿Donde coño está puta la botella que no la veo?>>
Me senté en la cama con el cuarto completamente a oscuras. Hurgue las tinieblas con las manos en busca del líquido pero ya no estaba sobre la mesita de noche. Molesto, tanteando aún más, pasé las manos rápido sobre el cristal de rayas y me hice un corte largo sobre la palma derecha, mientras que la izquierda se me llenó de una polvareda blanca que al sacudirla impregnó toda la habitación de hedor a coca.
Me levante con furia de la cama y lancé una patada medida hacia la mesita de noche, pero mi pie se topó primero con la botella de vodka que yacía en el piso luego del soplo de aire sucio que había entrado por la ventana minutos antes. El resultado fue un estallido de vidrios desde la pared de la cama que me cortó el rostro en dos lugares, haciéndome dos rayas largas de sangre: una sobre la ceja izquierda y otra en la mejilla derecha. Un fragmento de astilla de cristal se me clavó en el torso y el pico de la botella, que quedó intacto, se me incrustó en el muslo derecho. En añadido, dos dedos del pie derecho parecían estar fracturados.
Caí de cubito dorsal en la alfombra meada y grité por largos minutos. Era una alfombra que en principio era de color beige, con el paso de las noches tornó a mostaza, y hoy finalmente se tornaba de un rojizo negruzco. Tenía la cara sobre la tela de la alfombra y sentí algo de su calidez mientras, con la única mano sana, me sacaba el pedazo de cuello de botella del muslo.
Maldije mi suerte varias veces, pero se interrumpía con voces de gente abajo, que en gritos ahogados decían cosas como <<Por Dios, que es eso?>>, <<Miren allá arriba, Dios nos ampare>>.
A duras penas, con gritos de dolor y rabia, me repuse hasta sentarme en la cama de nuevo, en la oscuridad. Me toqué la frente con la mano de cal y palpé el largo corte sobre la ceja, y por el ardor del sudor sobre la mejilla percibí el tamaño del otro corte en mi rostro. Parecía que había tenido un combate con un gato montés, y lo había perdido en el primer round.
El resto del cuerpo no estaba mejor, el torso me ardía por la izquierda y el muslo necesitaba gasa o algo que detuviera el sangrado. Mire los dedos de mi pie derecho y comprobé que efectivamente estaban fracturados el del medio y el de al lado, cerca del meñique. El dedo gordo, el que le sigue y el del medio, miraban hacia un lado y los demás hacia otro formando una V en el sitio donde había impactado la botella. No había más que hacer. Tenia que salir a una clínica a verme todo aquello.
En la oscuridad tardé casi 20 minutos en conseguir toda mi ropa. La única prenda que cargaba encima, un interior, yacía ahora sudado y ensangrentado en el lavamanos del baño.
Vestido ya con un jean azul desgastado y un guardacamisas, tomé una camiseta blanca con rayas rojas y me la puse abierta para salir. El bullicio afuera se había vuelto escándalo de gente gritando, mujeres llorando y clamando al cielo. Los niños también lloraban, y era lo más lamentable que se escuchaba desde la calle.
Por la ventana la cola de carros y personas se perdía de vista en dirección hacia la plaza y solo los faros de los vehículos iluminaban la calle.
Miré al cielo y no recuerdo haber visto tantas estrellas juntas desde que fui con mi hija, cuando tenía tres años, de vacaciones a una sabana donde la única luz nocturna provenía de la luna o las estrellas. Eran incontables puntos fulgurantes sobre un manto negro, a simple vista. Las enormes esferas de luz a millones de años luz que ahí estaban dispuestas como una pintura, mostraban el retrato de lo que somos nosotros para el universo. Diminutos, insignificantes. Pero ahí, en esa posición diminuta y simple como ser humano ante el cosmos, no pude evitar sentirme enorme, grande, y feliz, junto a mi hija.
Esta noche era igual a aquella en la que fui feliz. Pero había algo que enturbiaba la experiencia. Esta vez el aire no era puro. Cuando aspiré el aire fuera de la ventana de mi departamento me di cuenta que el olor nauseabundo que había entrado a mi cuarto estaba en todo el ambiente, esparcido por todo el pueblo. Olía a brasas, a carne muerta, putrefacta en brasas.
Sentí nauseas, asco y vomité por la ventana. Un soplo de pánico inexplicable se metió en mi pecho y me hizo retroceder hacia dentro en el cuarto, haciéndome caer sobre la cama y sumergiéndome otra vez en la oscuridad de la alcoba.
Tampoco podía soportar eso. La oscuridad había tomado otra apariencia bajo el manto del hedor a muerte que llenaba el cuarto. Sentí terror de estar ahí dentro.
Encendí un fósforo que me reveló el contenido del cuarto durante pocos segundos. La cama con trazas de orine y sangre. La alfombra repleta de astillas de vidrio. Un cristal roto al pie de la mesa de noche. En el baño, un interior aún húmedo destilando sangre hacia el centro del lavamanos.
Un soplo de viento repentino azotó las puertas de la ventana y se metió en el cuarto, apagando el fósforo de mi mano instantáneamente. Aquel olor a podrido se metió en mi nariz con la misma intensidad que un jalón de coca.
<<Es hora de que veas a donde vas>>. Senti una voz salir desde lo mas profundo de mi cabeza. Sin pensar más, salí a
toda prisa, renqueando, del departamento hacia la calle.
2
Apenas al salir de la puerta del edificio, una turba de
personas me arrastró como una locomotora en dirección hacia la plaza y me hizo
sufrir enormemente de las heridas que me había auto-inflingido. Eran tantas personas
que no podían moverse por la falta de espacio pero es seguro que de tenerlo lo
hubiesen aprovechado para llevarse a cualquiera por delante. Hombres, mujeres y
niños empujaban con igual fuerza y en igual medida un solo sentir que se
dibujaba en sus rostros: miedo.
- ¿Que
es lo que está pasando? – grité a todo pulmón
-
¡Es
el Fin! – contestó alguien tras de mi en la turba-
- ¿El
fin de que?
-
¡De
la humanidad, el juicio final! – gritó llorando otra persona entre la gente.
En el arrastre de la turba empecé a ver a viejas sesentonas aferradas a rosarios y crucifijos que recibían codazos de jovencitos vestidos de púrpura del Nazareno, y estos a su vez eran apresurados a golpes por mujeres mal vestidas que estaban aferradas a una Biblia del tamaño de su vientre. Afiches del Papa Juan Pablo II abundaban entre el tumulto y por momentos sentí que la muchedumbre se asemejaba a aquella que espera la presentación de un artista famoso ante una tarima. La gente estaba eufórica, pero en este caso les embargaba el miedo absolutamente a todos. Y aparentemente la gente no buscaba satisfacción sino algo más delicado. Perdón.
-
Señor
ten piedad!! – gritó una señora con una estampita de Francisca Duarte en la
mano.
-
“Hágase
tu voluntad aquí en la tierra como en el cielo” – gritó otro señor mayor con
mas serenidad.
-
¿Pero
por qué vamos a la plaza? – grité yo
-
Porque
es ahí donde vendrá! – respondió un tipo a mi lado
-
¿Vendrá
quien?
-
¡EL
MESIAS, Cristo una vez más! – gritó una señora animando a la muchedumbre
-
¡Alabado
sea nuestro señor Jesucristo! – grito un montón de gente a coro, remarcando las
palabras como si intentaran creérselo.
No respondí. Solo me dejé llevar empujado por la gente mientras respiraba mareado el olor intenso a descomposición de la carne que inundaba la calle.
Cuando llegamos a la plaza el sitio estaba iluminado con antorchas en los cuatro costados, como los antiguos templos, y estaba inundado de gente por doquier, en las banquetas, en las áreas verdes y encaramada en los anuncios publicitarios. Al entrar a la plaza, la turba que me había empujado desde mi edificio hasta ahí se dispersó en todas direcciones como si supiesen hacia donde iban.
Varios de ellos se refugiaron en la única capilla cercana a la plaza central. Otros se sentaron cerca del centro en una congregación liderada por un hombre de aspecto muy arreglado con Biblia en mano y que hacía ademanes agresivos con los brazos que parecían una reprimenda. Al acercarme mas a ellos pude darme cuenta de que estaba predicando y hablando de las bondades del señor Jesucristo y la Salvación inminente que le esperaría a quien creyese en él.
Había tarantines desplegados por el perímetro de la plaza en donde un grupo de jóvenes vendía improvisadamente en una mesa, figuras de santos y vírgenes, que desaparecían de la misma más rápido de lo que les tomaba ordenarlas allí para la venta.
Y oraciones. Los grupos de oración estaban agolpados en cualquier espacio disponible de la plaza, hacían rezos, recitaban salmos y contaban rosarios en un cántico tan tenue como un susurro, pero constante como el zumbido de un poste de iluminación encendido durante la noche.
Empecé a caminar entre la gente buscando espacio y explicaciones a lo que sucedía. Tenía la frente enchumbada en sudor y me ardían las heridas del rostro. La gente que se tomaba la molestia de mirarme a la cara ponía el rostro extrañado como pensando que me había auto-flagelado para la ocasión. Hasta cierto punto tenían razón.
Una vieja muy mayor se me acercó al verme la herida de la mano derecha.
-
¿eso
es un estigma muchacho?
-
¿Un
que?
-
Un
estigma. Una marca de santidad – replicó extrañada de mi duda.
-
Ah
esto?, no señora, esto fue una cortada que me hice en mi casa con…
-
Que
Dios te bendiga muchacho – interrumpió la señora con una sonrisa temerosa y me
pasó de lado metiéndose en la muchedumbre
El olor a podrido era intenso, pero pocos parecían verse afectados por él. Hacía frío, más de lo normal y el aire se hacía pesado conforme me acercaba hacia el extremo derecho de la plaza, cerca de un edificio de 5 pisos, que era la única estructura de ese tamaño en las inmediaciones.
En mi periplo hacia el centro de la plaza me tope con un
chico de unos 20 años con aspecto normal, sin accesorios religiosos, pancartas
o vestimenta especial, que tenía la vista pérdida en un horizonte hacia el
cielo.
-
Disculpa
hermano, ¿Qué es lo que esta pasando aquí con toda esta gente? – pregunté
-
No
se amigo, yo no se nada, pero por Dios yo solo quiero saber qué es eso allá
arriba – respondió con voz temblorosa señalando con su dedo hacia el edificio
de 5 pisos al lado de la plaza - ¿Qué carajo es eso?
Miré hacia donde apuntaba y contemplé estupefacto, que desde
el balcón de un apartamento del piso cuatro del edificio, salía una figura de
aspecto circular, de al menos 3
metros de diámetro, oscura como el azabache, que giraba
intensamente alrededor de un eje central, haciendo un vórtice como un agujero
de gusano que se metía hacia dentro de uno de los apartamentos.
El vórtice negro giraba haciendo estelas de luz púrpura en sus bordes y emitía un sonido idéntico al que hacen las copas de vidrio cuando un dedo mojado en agua se desliza por sus bordes.
-
¿Qué
coño es eso? – pregunte con un hilo de voz y un escalofrío metido en el pecho
-
Parece
una de esas cosas que se ven solo en el espacio.
-
Un
agujero negro – respondí sin creerme cada palabra - .Es imposible.
El vórtice negro giraba haciendo estelas de luz púrpura en sus bordes y emitía un sonido idéntico al que hacen las copas de vidrio cuando un dedo mojado en agua se desliza por sus bordes.
Tras de mi la gente se empezaba a arrodillar y se escuchaban
gritos implorando el perdón del altísimo.
El balcón del apartamento hacia donde se sumergía el fondo
del agujero negro, lucía descuidado, tenía unas barandas protectoras de metal
desgastadas por oxido, y habían materos en las esquinas con plantas muertas.
Los vidrios del apartamento estaban rotos y estaba oscuro como el resto del
pueblo, pero desde el interior se podía ver que había actividad por el destello
intermitente de luz blanca que resplandecía desde las ventanas.
Con cada flash de luz que salía del apartamento o destello del vórtice, la muchedumbre jadeaba exaltada entre gritos ahogados de <<Gloria a Dios>> y <<Perdónanos Señor>>
El vórtice agrandó su diámetro en un metro y medio, emitiendo un sonido grave y penetrante, igual al de un corno ingles hecho sonar con la boca de salida puesta contra el suelo, que hizo vibrar el suelo bajo nuestros pies, extendiéndose por todo el pueblo y más allá.
Con cada flash de luz que salía del apartamento o destello del vórtice, la muchedumbre jadeaba exaltada entre gritos ahogados de <<Gloria a Dios>> y <<Perdónanos Señor>>
-
¿Quién
vive ahí? – pregunté al chico
-
Dijeron
que una mujer llamada Laura. Una chica de unos 25 años, alcohólica y drogadicta
que estaba embarazada y que tiene una historia que extrañó a todo el mundo
porque su embarazo duro más de 9 meses. Todos en este lugar creen que esa mujer
esta allá arriba dando a luz – respondió para luego ver mis heridas del rostro
– Amigo, ¿Qué le paso?
-
Unas
cortadas con vidrio – respondí con desden - ¿es alcohólica y drogadicta?
-
Si
pero la gente aún cree que Dios puede obrar de formas misteriosas y una de
ellas es creer que una mujer viciada hasta los tuétanos lleve en su vientre por
más de doce meses el ser que significaría la segunda venida de Cristo.
El vórtice agrandó su diámetro en un metro y medio, emitiendo un sonido grave y penetrante, igual al de un corno ingles hecho sonar con la boca de salida puesta contra el suelo, que hizo vibrar el suelo bajo nuestros pies, extendiéndose por todo el pueblo y más allá.
El temblor del suelo hizo caer de rodillas a decenas de
personas bañadas en lágrimas, y algunas de las que estaban más apartadas de la
plaza salieron corriendo lejos de allí. Las personas en los automóviles
empezaron a bajarse.
El pánico se hizo mi dueño y no pude decir más. El chico
aterrorizado por el estruendo solo pudo verme a los ojos unos segundos y salió
corriendo lejos de la plaza como algunos otros. La mayoría permanecía firme en
su sitio.
Por primera vez en años pensé en mi hija. En donde estaría y
qué estaría haciendo en ese momento. Pensé de nuevo en nuestra aventura en la
sabana y en el cielo estrellado. Miré hacia arriba como buscando algo familiar
que me acompañara y allí seguían pintadas el millón de perlas brillantes del
cosmos.
Una gritería histérica de la muchedumbre me hizo salir del
trance, que me hizo ver rápidamente hacia el apartamento de donde salía el
vórtice. De los laterales de la puerta del balcón y de las ventanas de los
cuartos empezaron a salir lentamente raíces negras en todas las direcciones
aferrándose como enredaderas a todo lo que tuviesen cerca.
Sentí el inminente final de todo con la misma intensidad y
pánico que las cientos de personas amontonadas en la plaza. La imploración por
el perdón de los cielos se hizo eco al unísono en todas las personas.
La pestilencia resopló con furia desde el vórtice negro y
agrandó una vez más su diámetro en dos metros, acompañado del infrasonido del
más grande corno inglés jamás escuchado.
El retumbar del suelo me obligó a aferrarme a cualquier cosa
que tuviese cerca, mientras veía a las personas vomitando, ahogadas por el olor
a muerte. Me aposté contra un poste de luz de la plaza y vi la multitud de
personas salir espantada de la única capilla cerca. Las figuras de yeso con
santos, vírgenes y ánimas estallaron en mil pedazos con el rugido del corno. Y
los pastores junto a sus feligreses cerraron sus libros santos para esperar un
final jamás escrito de esta forma.
Las raíces negras del vórtice se extendieron un piso más
abajo y se amarraron de pórticos, ventanas y salientes como una boa constrictor
a su presa. El brillo púrpura de los bordes del agujero negro se acrecentaba y
giraban hacia el fondo del embudo dentro del apartamento. La segunda venida
anunciada del mesias ya significaba para todos el fin de sus días.
La multitud de la plaza esperó lo que vendría y yo, abrazado al poste, cerré los ojos, inspiré y expiré una bocanada de aire turbio por la boca para no sentir la putrefacción, y luego volví a mirar hacia el cielo y las estrellas.
La multitud de la plaza esperó lo que vendría y yo, abrazado al poste, cerré los ojos, inspiré y expiré una bocanada de aire turbio por la boca para no sentir la putrefacción, y luego volví a mirar hacia el cielo y las estrellas.
Los millones de puntos blancos que adornaban la oscuridad
del cielo, de repente bajaron a velocidad supersónica en dirección hacia la
tierra, como si la cúpula celeste fuese una plancha aplanadora que aplastaría
todo lo que estaba en tierra. Mis ojos no daban crédito a lo que veían, y todos
los que pudieron ver el descenso de las estrellas hacia la tierra gritaron
aterrorizados.
Yo, al ver el universo venir directamente hacia mí, cerré
los ojos y me aferré con fuerza al poste entregándome por completo a mi
destino.
Un flash tan intenso como el brillo del sol fulminó la
plaza, acompañado de un último estruendo del corno inglés proveniente del
vórtice. Todo ser humano cerca calló de bruces al suelo.
Luego de unos segundos, abrí los ojos y lo primero que vi
fue la grama de la plaza. Lo primero que escuché fue el continuo silbido de los
bordes del vórtice, como los bordes de una copa frotada con dedos húmedos. Me
incorporé difícilmente, herido por mis propias heridas y me puse de pie. Vi
hacia arriba y ahí estaba aún el agujero negro y los brillos de luz dentro del
apartamento.
Miré hacia el cielo. La cúpula celeste entera, subió desde
la tierra nuevamente como la aplanadora que vuelve a su sitio a una velocidad
sorprendente y se ubicó nuevamente en el firmamento del cielo nocturno.
Baje la vista hacia la plaza y había gente levantándose como
yo del suelo, pero ya no era la muchedumbre que había segundos antes.
Para ser más precisos, en realidad al menos la mitad de las
personas que habían colmado la plaza ya no estaban ahí.
Intrigado miré hacia todas partes. El pastor cristiano seguía
ahí, pero casi todos sus feligreses no estaban. Muchos niños y ancianos
vestidos de nazareno estaban ahí pero otros no y solo quedaban sus ropajes
púrpuras. La anciana con la estampita de Francisca Duarte estaba parada en el
centro de la plaza con la mano en alto pero sin la estampa en la mano.
Los vendedores de imágenes estaban tirados sobre la grama de
la plaza y mujeres vestidas con faldas largas estaban llorando cerca de ellos.
La anciana que me bendijo por mis falsos estigmas estaba a
pocos metros de mí, mirándome con horror y lagrimas en los ojos. El chico que
me había hablado y luego había salido corriendo de la plaza, podía verse en el
lado opuesto, desconcertado como muchos otros.
Montones de personas empezaron a gritar por sus hijos,
padres, madres, abuelos que habían desaparecido de la plaza, como al final de
una catástrofe, pero un crujido grueso de las paredes del edificio donde estaba
el vórtice negro hizo que todos volvieran en sí y se dieran cuenta de que todo
seguía igual.
Los brazos negros del vórtice bajaron aún más hacia los
pisos inferiores y nuevamente resopló hedor a muerte con el bajo rugido del
corno.
La plaza y el pueblo se hicieron presa del caos en la
oscuridad. La multitud formada por todos los que quedaron empezó a huir lejos
del edificio y de la plaza en todas direcciones, hacia las tiendas, hacia las
casas y por las calles, hacia los autos que ya no encenderían nunca más.
Me desprendí del poste y empecé a caminar a todo lo que
daban mis dedos fracturados del pie, buscando refugio lejos del agujero negro y
de aquello que estaba por dar a luz. Atravesé la avenida cojeando, con la cara
ensangrentada por las heridas del rostro, pisando restos de ropa y zapatos,
fragmentos de figuras de yeso, pancartas, estampas y Biblias rotas. Evadiendo
autos abandonados y gente en pánico que rompía las ventanas de las tiendas para
sacar consumibles no perecederos.
<<Como si aquello los fuese a salvar>>. Caminé
algunos metros más de la avenida a paso lento, siendo empujado por hombres, mujeres
y ancianos. Uno de ellos me golpeó por la izquierda con el codo, resintiendo la
herida de mi torso y haciéndome caer de rodillas.
En el suelo, con cabeza baja y la mirada sobre el concreto
de la acera, escuchaba los gritos de todos los que me seguían pasando de lado.
De mi camisa rasgada cayó la caja de fósforos que habían encendido la vela de
mi cuarto horas antes y que había iluminado una noche desenfrenada de licor y
drogas, entre los riscos de los alpes suizos y las aspas estáticas del
ventilador de techo de la alcoba.
La sangre de la cortada sobre mi ceja manchó el concreto y
la caja de fósforos.
<<Es hora de que veas a donde vas>>. Lo escuché una vez más.
Me sacudi la cara con la manga de la camisa, me puse de pie, me di la vuelta y regresé cojeando a duras penas hacia mi apartamento.